I. Sobre el suburbio

El concepto de suburbio ó palabra casi en desuso- se confundió en los últimos años con el de periferia. El prefijo sub, en latín clásico, tiene un sentido espacial y otro temporal. En el primero, indica alguna cosa que está abajo de; en el segundo sentido, quiere decir después, hasta, en este tiempo. En Roma antigua, donde el término se origino, suburbio eran los alrededores de la ciudad, un lugar que ya no era urbs ó la urbeó pero que todavía no llegaba a ser rur ó la región rural. En realidad, un entre-lugar, un espacio de paso, donde se podía no ser completamente urbano sin ser definitivamente rural.

En las ciudades contemporáneas, el suburbio aparece y se desparrama, generalmente como una mancha de aceite, cercándolas y asfixiándolas. La fusión de los suburbios de unas y otras, destruye ese territorio intersticial que constituye la frontera entre lo urbano y lo rural. Por eso, los suburbios son, hoy más que nunca, lugares de tránsito, donde se traban las batallas por el derecho a la vivienda o a las condiciones de vivienda; son reductos de culturas minoritarias, de mezclas sociales y étnicas, de transición entre religiones y laicidades.

Hay un suburbio, sin embargo, que está en todas partes, incluso en el cerne de los centros urbanos y denuncia un mundo no vivido en el cual, de cualquier modo, tenemos la obligación de vivir. Es por eso que no podemos considerarlo periferia, pues la periferia se construye como bolsones de exclusión social, tan localizados cuanto marginales.

En ese suburbio todo se mezcla y todo se transforma, porque ese concepto de lo suburbano es un modo de ser, estando, y de estar, siendo. Marginal, no porque está al margen, sino porque está transitando siempre entre una y otra margen ó centro /suburbio o suburbio / suburbioó, el ser suburbano es, tal vez, el único que consigue vivir la ciudad en toda su plenitud y en todos sus riesgos.

Es preciso, entonces, circular por esos lugares (esos suburbios) y tratar de crear caminos, entre lo que es seguro, cotidiano y lo que es incierto, desconocido. Ese proceso generaría una sensación de despaisamento, un estado de aprensión que induciría a una intensificación perceptiva que anunciaría la inminente posibilidad de un descubrimiento, el súbito temor de un encuentro indeseado, el momento en el que, de repente, el espacio asuma un sentido, la mirada se haga penetrante, el oído se disponga a escuchar.

Como sujetos colectivos debemos investigar esos territorios, observando con particular atención las áreas de margen y los vacíos urbanos, los espacios abandonados o en vías de transformación. Ellos constituyen el negativo de la ciudad construida, son áreas intersticiales, donde todo puede llegar a ser. Allí se concentran las memorias que fueron removidas por el desarrollo incesante de los sistemas urbanos, allí se encuentra el lado oscuro de la ciudad, el espacio de conflicto y contaminación donde se funden lo orgánico y lo inorgánico, la naturaleza y el artificio.

En algún momento del siglo XX, la idealización del suburbio se afirmó como unos topos de la cultura latinoamericana. El suburbio era un lugar amable y, sobre todo, verdadero, donde vivían inmigrantes y emigrantes, los obreros necesarios para la industrialización reciente, la gente humilde de la canción de Chico y Vinícius. Casas simples, conventillos, bares; las vecinas conversando en los portones, los hombres en la mesa del bar, los niños jugando en la vereda.