Centre de Cultura Contemporánia de Barcelona,
Nov 09, 2010 - Feb 27, 2011
Barcelona, Spain
El D_efecto barroco
by Joaquín Barriendos
Pero, ¿es necesario inocular, anestesiar o directamente negar la capacidad disruptiva y comunicativa de lo barroco en el espacio cultural trasatlántico para volver efectiva la crítica o el desmantelamiento del mito de la hispanidad? ¿Y si, por el contrario, el mito de la hispanidad no pudiera ser desmontado sino a partir del reconocimiento de que lo barroco puede ser y debe ser entendido como un espacio plenamente político (en contenido y forma) y no sólo como el engaño o el teatro de la política? Más aún ¿qué consecuencias supone aglutinar lo barroco español y los barrocos americanos como una forma de hacer política homogénea opuesta a los ‘estilos’ políticos derivados de otros barrocos (como el protestante alemán o el absolutista francés) o bien de formas políticas ‘clásicas’ como el racionalismo económico anglosajón o el destino manifiesto del self-made man americano? ¿Estamos de verdad dispuestos a desacreditar radicalmente las tesis que nos proponen Lezama Lima, Severo Sarduy y Haroldo de Campos de lo barroco americano o mestizo como un arte y política de contra-conquista y aceptar que tales afirmaciones no son sino sólo otra de las fantasías del mito hegemónico de un imaginario hispano único, homogéneo, tradicionalista y engatusador? Finalmente, ¿por qué, si ya incluso desde Eugeni d’Ors hemos dejado de interpretar el estilo artístico barroco a la luz del neoclasicismo como una perla imperfecta, defectuosa y gongorina, hemos de actualizar y aceptar como cierta e inamovible una lectura dieciochesca de la forma política de lo barroco como un estilo distorsionado, ventrílocuo, irracional, tremendista y efectista que pone el sello de la decadencia a todo lo hispano cuando lo toca? ¿Qué tipo de ensoñación numantina basada en el clasicismo y en la racionalidad de la forma política parece resonar en esta fusión de todos los barrocos hispanos bajo un único barroco deforme, deformante, impotente e intransigente? ¿No será que el falso problema de la excepcionalidad negativa/defectuosa de lo español reelaborada como excepcionalidad criolla americana se nos ha colado por la puerta trasera en nuestro impulso por desmontar el engaño de la imagen hispana?
Cuando leemos en la guía-catálogo de la muestra que: "Lo barroco se expresa tanto en la mexicana Sor Juana Inés de la Cruz como en Diego Velázquez, en una capilla indígena como en el baile flamenco" sin encontrar las debidas distinciones y contextualizaciones de lo que ha de ser y para lo que puede servir lo barroco en cada uno de ellos nos vemos tentados a pensar que, en el impulso de desvelar el mito de lo hispano, los diferentes signos del barroco (así como sus condiciones históricas) se han homogeneizado en una abstracción estática: lo barroco como patronímico. En cuanto tal, lo barroco en Quevedo sería idéntico a lo barroco en Gregório de Mattos a pesar de que lo barroco en el primero haya inoculado lo barroco en el segundo durante más de dos siglos tachándolo de plagio. Este barroco monolítico no parece estar dispuesto entonces a reconocer que si un director de museo boliviano usa lo barroco para decir "Somos así" (esto es, para exaltar la excepcionalidad de la identidad nacional boliviana) lo hace, sin duda alguna recargado de chovinismo, por razones, en circunstancias y con referentes distintos a los empleados por un príncipe-guía de museo cuando éste intenta justificar la excepcionalidad y monumentalidad del barroco español a través de una exhibición en el Museo del Prado; lo anterior es cierto al grado que, en su barrroquicidad, el boliviano incluirá una explícita denuncia de lo hispano colonial y apuntalará un rencoroso espíritu anti-gachupín(1) mientas que la hispanidad de un comisario de Soria o Valladolid estará pensada siempre desde la particularidad y ejemplaridad del barroco español en tanto que legado universal.
En otras palabras, incluso aceptando que la política de lo barroco tiende a interpretar la excepcionalidad de su estilo como el leitmotiv que identifica a todos los hispanos alrededor del mundo, cuesta trabajo no reconocer que dicho ‘estilo’ es asumido en algunos como connatural al mito nacional identitario, mientras que en otros es entendido como propio y como impuesto a un mismo tiempo y, por lo tanto, aceptado y rechazado de manera ambivalente. Así, mientras que España asume que lo barroco nació en su seno cultural y lingüístico desde las raíces mismas del Cantar del Mio Cid para permitirle expresar su ser y unidad nacionales, lo barroco en América, como bien ha dicho Haroldo de Campos, no tiene infancia ni raíces, pues llegó como un ‘estilo’ madurado que tuvo que ser incorporado con gusto o por la fuerza como una excentricidad. Lo que para lo español es innato resulta una asimilación para lo hispanoamericano. Es en esta diferencia en donde se teje la colonialidad de lo barroco más que en aquella supuesta comunión estética hispana frente a la política deforme del barroco. Si esta diferencia no se reconoce es fácil reproducir la idea de que el barroco americano surgió en un mundo no-hispánico que estaba ahí, quieto e inmutable, orgulloso pero ahistórico, esperando la llegada de sus conquistadores para poder fundirse en una nueva raza y en un nuevo estilo.
Es, como el barroco mismo parece sugerir, un problema de puntos de fuga y reconocimiento del lugar de la mirada: o bien el barroco es entendido como algo que llega a un lugar en el que se ve obligado a negociar su significado y su significante con un mundo y con una diversidad cultural que ya había conquistado ‘América’ y que está en plena movilidad política, estética y epistémica, o bien el barroco se proyecta como algo que parte desde un territorio cultural acabado y bien definido con la intención de inseminar su ser barroco en un contenedor ignoto, lejano, transparente y ahistórico. Sintomáticamente, el video El Primer Angel incluido en la muestra nos presenta un relato del barroco hispano en el que todo comienza con la llegada de los Españoles a tierras americanas: hay un ser español que se expande desde un pasado concreto pero no hay un ‘antes’ en lo que al mundo no-hispano se refiere; el más allá de lo español es la nada y el receptáculo natural de lo barroco. Como puede verse, estamos frente al peligro de reproducir el mito del cordón lingüístico/colonial/umbilical al que Octavio Paz le dio categoría de literatura universal con su tesis eurocentrada del laberinto de la soledad como problema ontológico de lo mexicano (entiéndase hispanoamericano). Esto nos parece cierto a pesar de que, en contrapartida, el problema del ser mestizo americano cataliza otra buena cantidad de mitos identitarios y esencialismos pro-hispanistas o anti-gachupines igualmente problemáticos (baste recordar el realismo mágico o el populismo bolivariano) en los cuales su barroco opera sin embargo con signo contrario al barroco español.
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