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Nadí­n Ospina








transcripción de la entrevista

Fecha de la entrevista: 11/03/2007
Lugar: Francia
Tema: Entrevista a Nadín Ospina
Entrevistador: Manuel Neves

LatinArt:  ¿Qué puede comentar sobre la realidad colombiana?

Nadí­n Ospina:  La realidad Colombiana como entorno social, como cuerpo cultural y como circunstancia polí­tica es extremadamente compleja, plural y difí­cil de asir.

Vivimos en un entorno cultural riquí­simo cargado de tradiciones que se anclan en un pasado glorificado oficialmente como icono de la realidad nacional. El pasado precolombino y las grandes tradiciones aun vivas de los aborí­genes colombianos, forman un sustrato histórico a partir del cual se construyen relatos nacionalistas de innegable valor, pero que escoden la desidia estatal y la indiferencia polí­tica hacia las verdaderas circunstancias de abandono y desposeimiento de estas comunidades.

Como ciudadanos de un estado donde las circunstancias sociales son tan convulsas, el sentimiento general es de una incertidumbre apabullante marcada por el dolor, el miedo y la rabia. Paradójicamente, como lo demostró un estudio recientemente publicado por la revista Cambio, los colombianos resultamos ser los ciudadanos más felices del planeta, por encima de gente de 112 paí­ses. Los desconcertantes resultados de este estudio revelan dos aspectos; el primero, que efectivamente a pesar de las circunstancias de miseria, dolor y muerte, la sociedad colombiana se las arregla para recomponerse y mitigar la tragedia a partir de un mecanismo de supervivencia casi instintivo. La música, el humor, la parla interminable, el baile, la fiesta, el carnaval y el sexo desenfrenado son mecanismos catárticos que mitigan el dolor y hacen ver la realidad con un cristal distinto que da un aspecto lúdico y desenfadado a la vida. Por otra parte esta aparente indiferencia podrí­a ser interpretada como un sí­ndrome patológico de una sociedad anestesiada por el dolor que vive una especie de resaca o locura permanente que le lleva a cerrar los ojos a su realidad para poder sobrellevarla. Muchos analistas han visto en esta inexplicable "inconciencia" parte del origen de la permanencia del conflicto. Una sociedad acostumbrada a su dolor y su violencia es una sociedad incapaz de dar solución a sus conflictos. Los mismos forman ya parte de su cotidianeidad y la desesperanza es el motor mismo que aviva la contienda.

Como artista esta realidad es insoslayable, de hecho hay una conciencia clara de que hacer arte en Colombia es muy diferente a hacerlo en cualquier otro lugar. Esto plantea dilemas fundamentales: ¿se ha convertido el arte colombiano en una de las ví­ctimas directas del conflicto? ¿Es la cultura nacional otro secuestrado más de los violentos? Probablemente sí­ y las preguntas continúan: ¿es un imperativo moral e incluso curatorial hacer arte que aluda a la violencia? ¿Están excluidas otras formas más independientes y menos comprometidas del panorama artí­stico? Así­ parece ser.

En cualquier caso, para bien o para mal, esta es la circunstancia que nos ha tocado vivir y ante la cual no se puede ser indiferente. Del análisis de la realidad sociopolí­tica que viven los artistas colombianos y de la pertinencia de su inserción en el campo del arte, depende la valoración particular que se haga de este singular fenómeno cultural.

LatinArt:  ¿Podrí­a describir este nuevo proyecto que presenta en Parí­s?

Nadí­n Ospina:  El proyecto Colombialand es una puesta en escena de diversos elementos, unos pictóricos, otros tridimensionales y un video, que representan imágenes y situaciones de la violencia colombiana protagonizadas por figuras extraí­das del famoso juego de fichas Lego. Las imágenes de la obra, basadas en el juego River Expedition lanzado por la empresa danesa en 1999, son como en la versión original retratos de personajes locales de América Latina, caracterizados como siniestros malandrines de rostros patibularios y cargados de armas como cuchillos, pistolas y bombas.

La serie muestra los actores del conflicto, personajes que incluyen paramilitares, guerrilleros, terroristas, mafiosos, sicarios, secuestrados y polí­ticos. Tal como en el repertorio original, también se incluye la versión de un iracundo chamán indí­gena que revela siniestras intenciones en las instrucciones de uso del juego. Las piezas tridimensionales elaboradas en resina replican las caracterí­sticas de las pequeñas fichas del juego con su sistema articulado e intercambiable, solo que ampliado a una escala escultórica muy visible al espectador a diferencia de las escurridizas, para el ojo adulto, piezas de Lego.

La obra en su conjunto es una crí­tica a las miradas prejuiciosas, a los preconceptos y a los lugares comunes que saturan el imaginario universal con respecto a la gente y circunstancias de nuestro continente; una tierra de violencia y de seres perversos y degradados dispuestos a las más viles conductas. Un reproche a los medios de comunicación y a cierto sector del mundo cultural que solo ve en América Latina una tierra de la violencia.

LatinArt:  ¿Qué activó un cambio en su obra?

Nadí­n Ospina:  Como usted mismo anotaba en una comunicación anterior, quizá los cambios en mi obra son más de forma que de fondo. Al final la materia prima de mi trabajo es la cultural latinoamericana y la realidad colombiana en particular.

En mis obras anteriores donde hacia una operación sincrética fusionando elementos del pasado precolombino con imágenes de los medios de comunicación de la contemporaneidad, el asunto era revelar las complejas relaciones de poder entre centro y periferia, y hacer una especie de "autorretrato social" de una frágil cultura erneada por los medios de comunicación modernos, investidos del poder cultural propio del primer mundo. Estas circunstancias de desposeimiento y desarraigo cultural eran a mi modo de ver una forma de violencia soterrada que genera más violencia.

Ahora con mi nueva obra "Colombia Land" la referencia a la violencia es más directa pero igualmente irónica. Por medio de la imagen de un juguete aparentemente inocuo pretendo presentar una trama sutil de prejuicios y estereotipos que forman parte de una construcción simbólica que define a América Latina como la tierra del mal, la violencia y la fealdad. Aparte de hacer una crí­tica a estas miradas prejuiciosas la obra es una introspección, un mea culpa frente a la realidad colombiana. Tal y como lo expresaba recientemente el sociólogo Michel Wieviorka: "En el pasado, se decí­a que una nación tenia un relato nacional. La historia elaboraba ese relato, y se decí­a que no debí­a mostrarse el aspecto negativo del pasado. Es la imagen clásica de la idea de nación. Era grande, heroica, romántica etc. Hoy las ví­ctimas le piden a la nación modificar ese relato nacional, quieren que digan: "Nuestro Estado puede cometer crí­menes": Hacer este pedido incorpora una dimensión sombrí­a, bárbara del pasado, va a generar debates e inquietudes. Pero pienso que es propio de una gran nación incorporar su historia, aunque no siempre es fácil."

LatinArt:  En sus mecanismos de apropiación ¿por qué elige personajes o elementos del mundo de la infancia?

Nadí­n Ospina:  Resulta muy interesante que la teorización que hace Baudelaire en su ensayo "Moral del juguete" (Le Monde Littéraire, 17 de abril, 1853), y que cita Bernard Marcadé en su texto para mi exposición, tenga tanta pertinencia frente a esta pregunta.

La instauración del juguete como objeto escultórico primigenio, como herramienta del pensamiento creativo y como objeto comunicativo, por encima de su aparente ingenuidad y carácter anodino, son tópicos que me han rondado siempre. Mi relación con el juguete como memoria infantil y como objeto "insumiso" ha sido siempre muy intensa y ambigua; esos objetos amables y atractivos se convierten lentamente frente a mis ojos en objetos cargados de un poder soterrado que merece un segundo análisis. De herramientas inertes se transforman en elementos con una capacidad comunicativa que les empodera como signos que conllevan un mensaje ideológico y cultural insospechado.

Desde su misma conformación estética que les eleva a la categorí­a de verdaderos í­conos de la modernidad, los juguetes como representación sintética de la realidad, conllevan una traducción y una capacidad interactiva implí­cita en el ejercicio del juego. Como objeto escultórico el juguete sobrepasa la categorí­a monolí­tica del objeto artí­stico introduciendo una dinámica participativa en la práctica artí­stica contemporánea. De hecho concibo mi obra como un juego, en primera instancia como mi desplazamiento personal (en un sentido conceptual) y luego como propuesta de interacción intelectual por parte del espectador participativo. Las permutaciones y fusiones que se dan en la obra son eminentemente estrategias de juego, movimientos de construcción y reconstrucción. La destitución del objeto escultórico reconocible para el mundo del arte, mediante su imbricación con el juguete, genera una zona de incertidumbre en la que una y otra categorí­a pierden la nitidez propia de su género, convirtiéndose en una especie de travestis culturales que resultan incómodos, inquietantes y seductores.

LatinArt:  Esto parece generar un juego de opuestos entre un mundo que se presenta como "inocente", el de la infancia y otro dramáticamente serio como el de la identidad cultural, la memoria y en este ultimo proyecto la extrema violencia, que parece ser sinónimo de la Colombia actual.

Nadí­n Ospina:  Evidentemente en este caso la operación simbiótica de elementos contrarios genera una nueva categorí­a de objetos bizarros, bárbaros y brutales. El brillo cegador de los colores, la violencia en el gesto y la decisión de las formas del juguete, lo convierten en una poderosa herramienta para decir cosas que hieren, que duelen, que forman parte de la realidad cotidiana, y que develan la inocencia perdida.

Por otra parte ¿no son acaso los "actores" de nuestro violento conflicto armado piezas de un juego macabro de poder y codicia? ¿Cientos de "soldaditos" mutilados por las minas quiebra patas importan a alguien más allá de una estadí­stica del famoso "Plan Colombia" dirigido a erradicar el narcotráfico? ¿No es toda esta, nuestra guerra, presentada por los medios de comunicación, un video juego de acción?

LatinArt:  Hace algunos años le pregunte al artista colombiano Juan Manuel Echevarria esto mismo: ¿el arte puede ser una forma de violencia?

Nadí­n Ospina:  Ciertamente una obra pude tener en su concepto o en su ejecución formas de violencia. Lo más evidente y quizás lo mas inocuo esta contenido en las acciones artí­sticas que se articulan a partir de un acto violento, agresivo, trasgresor o incluso delictivo. La acción violenta es en muchos casos auto inflingida resultando igualmente perturbadora.

En Colombia, quizá como respuesta al entorno particular de violencia y conflicto este tipo de acciones son frecuentes. El artista francés Pierre Pinnoncelly cortó de un golpe de hacha uno de sus dedos, en un acto programado dentro del Festival de Performance de Cali (2002), como protesta por el secuestro de Ingrid Betancourt.

Otros jóvenes artistas han propuesto obras que involucran el consumo exacerbado de alcohol o psicotrópicos, acciones voyeristas o actos delictivos como el robo programático y registrado. Todas estas acciones se auto justifican como un elemento catártico, como sanación de patologí­as personales o sociales y definitivamente como actos que llaman la atención de manera directa sobre el distanciamiento de el universo impoluto de la escena artí­stica y la realidad perturbadora que subyace en el mundo real tras los muros del recinto artí­stico.

Otras formas de violencia en el arte, mucho más complejas y cuestionables están orientadas a la exposición de las imágenes de ví­ctimas de la violencia, de la miseria, de la enfermedad o la desgracia. Las ví­ctimas de estos actos de usurpación por lo general ni siquiera están concientes del asalto a su dignidad o están en una condición de indefensión tal que les impide oponerse a los mismos. En estos procederes artí­sticos está implí­cita una despiadada acción violenta que es muy cuestionable éticamente.

LatinArt:  Al mismo tiempo cuando los artistas abordan este tema, ¿no caen en un esteticismo contradictorio?

Nadí­n Ospina:  Depende del enfoque, en el caso del primero que menciono, el carácter abiertamente anti estético y trasgresor de su acción, opone una resistencia, un retardo en su inclusión al sistema, sin embargo irremediablemente, como toda forma que se aproxima al mundo del arte, termina convirtiéndose en objeto estetizable, coleccionable, como es el caso de Hermann Nitzch.

El segundo caso es aquí­ más perverso, pues el fruto de su expolio entra pronto, cí­nicamente, en circulación en un universo curatorial y de coleccionismo ansioso de porno miseria.

Un tercer grupo más sutil, no hace ni lo uno ni lo otro, es decir no muestra la llaga sangrante de la ví­ctima, ya sea propia o ajena, pero poetiza en un nivel ultra estético el tema de la violencia, es el caso de Doris Salcedo que irremediablemente tenemos que definir como estetizadora de la violencia. De hecho algo que parte de sucesos tan dolorosos se convierte en objeto metafórico que elude la exposición directa y que opera como transliteración en una acción que dota a sus objetos de una capacidad reflexiva intensamente sublimada. Su obra igual e indefectiblemente es absorbida en un sistema de circulación mercantil del arte que la ubica evidentemente en un estadio paradójico entre el mundo del dolor y la precariedad y el del coleccionismo internacional que se instaura en un mundo de confort y distancia del problemático universo original.

LatinArt:  En la actualidad, ¿es posible producir arte en Colombia que no trate el tema de la violencia? En cierta forma usted lo hizo hasta este proyecto.

Nadí­n Ospina:  Absolutamente si, todo es un problema de miradas. Aquí­ se hace un arte muy intenso y poético que no necesariamente alude de manera directa al tema de la violencia. Una producción como la de Oscar Muñoz resulta de un nivel extraordinario pero su visibilidad internacional apenas ahora comienza a ser un hecho. La presencia de diversos intereses temáticos y formales como la problemática de género, el activismo social, la desobediencia al canon curatorial o institucional, la revisión histórica o icónica y desde luego un buen número de abstracciones y figuraciones abiertamente desmarcadas del imperativo "violentológico" dan cuenta de una actividad artí­stica plural y libertaria.




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