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Miguel Alvear








transcripción de la entrevista

Fecha de la entrevista: 01/04/2013
Lugar: Ecuador
Tema: Entrevista a Miguel Alvear
Entrevistador: Marí­a Fernanda Cartagena

LatinArt:   Puedes comentar sobre tu formación dentro de la vertiente conceptual, tu conexión con problemas identitarios y prácticas de la denominada "cultura popular". ¿Cómo llegaste a articular perspectivas críticas y contemporáneas de las artes con las manifestaciones culturales locales de grupos subalternos?

Miguel Alvear:  Fue para mí crucial hacer el paso de una escuela de cine tradicional a una escuela de artes porque entendí que el cine –y el video– podían ser lenguajes de expresión individual. La cámara, la película, los químicos, y tú. Atrás quedaban la narrativa, la película prístina, los productores, las historias. Había en ese entonces, en San Francisco, muchos artistas trabajando en pequeños formatos, comprando proyectores de segunda mano, película rusa de bajo costo... con la consigna del amateur (amateur como amante, en el sentido expuesto por Brakhage) y la independencia creativa del que trabaja solo. Dicho esto, mi paso por la escuela de cine me llevó a pensar en una lógica de "proyecto", más que en función de "obra". Un proyecto es algo que se inicia por diversas motivaciones, se conceptualiza, se arma un equipo, se planifica, se ejecuta y en algún momento se cierra. Esta manera de operar difiere de la práctica de taller que muchos amigos mantenían y que de alguna manera yo envidiaba. Pero al mismo tiempo era un modelo que se ajustaba más a mis circunstancias. Y como en mi primera exposición individual no vendí ni un clavo, tomé la decisión de trabajar en función de presupuestos y financiamiento, y no en función de potenciales clientes. La escuela me dio herramientas, pero mi interés por los rollos identitarios tuvo que ver con mi condición de "grindio" (hijo de ecuatoriano y norteamericana) en Ecuador, y de "norteamericano latino" en Estados Unidos. Esto fue un buen caldo de cultivo para pensar la identidad: ¿quién soy?, ¿a quién o a qué me pertenezco?

Coincidió mi estancia en Estados Unidos con el auge de los Estudios Culturales y muchos artistas construyeron sus carreras reivindicando su origen étnico, su filiación a una causa o su identidad sexual. A mí me costaba enarbolar la bandera de mi origen. Cuando mi hija tenía unos cinco años me preguntó si ella era latina o blanca. "Eres chicana", le contesté, pensando más en una postura política que en una identidad racial. Pero al mismo tiempo que pronuncié esa palabra sabía que no calzaba. Para mis amigos "chicanos" yo era blanco. Cuando salía con ellos a jugar billar en los bares de la Misión, en San Francisco, los mexicanos les hablaban en un español que no entendían y a mí en un inglés que yo no entendía. Ese desencuentro basado en prejuicios sobre el otro ha sido uno de mis temas favoritos. Años más tarde, en 1996, me mudé a Ecuador; me sorprendió que en un país racialmente y socialmente hiperdiverso y dividido hubiera pocos artistas que habían hecho del asunto identitario su tema. El discurso dominante apelaba a la recuperación de una supuesta identidad ancestral perdida y en las artes dominaba el expresionismo testicular y la neofiguración. Entonces decidí que allí sería donde metería mi cuchara, en el embrollo de la identidad.

LatinArt:  A diferencia de la mayoría de artistas que sitúan sus proyectos en un sector de las artes, tú entras y sales del cine, el arte contemporáneo, la danza o el teatro. ¿Que determinó esta "indisciplina" en tu trabajo?¿Cómo concibes tu práctica y cómo se relaciona con el medio cultural local?

Miguel Alvear:  En Bélgica conocí a un viejo gitano que vagaba por Europa tocando guitarra en las esquinas. Un día le pregunté si tenía algún título universitario y me contestó que se había "especializado en generalidades". Nunca me imaginé que esa respuesta que –me hizo reír por varios días– tomara luego un sentido con el que me identificaría tanto. La in-disciplina –entrar y salir, quebrar las reglas– te permite ser altanero con el medio o lenguaje que escoges y ese irrespeto te puede conducir a soluciones y resultados inesperados. Muchos cineastas no se interesan más que en el cine y sus vericuetos técnicos, y eso les suele volver predecibles. Y lo mismo puede decirse de mucho arte contemporáneo que es cortado por la misma tijera. Ser un apátrida me otorga ciertas libertades –o libertinajes– que para otros serían impensables. Y no hay que olvidar que dentro de todo latinoamericano se esconde un sinvergüenza. La sinvergüencería es una de las claves de mi trabajo y me identifico con ella plenamente.

LatinArt:  Tus proyectos son ambiciosos en escala e involucran a un número importante de colaboradores de diferentes disciplinas (fotografía, animación, diseño, música, etc.) y sectores culturales (creadores profesionales y populares). Por otro lado, no son entidades cerradas, sino que se van desplegando en nuevos formatos y escenarios. ¿Puedes explicar este proceso de trabajo y sus derivas? Tomemos como ejemplo la red de experiencias y propuestas en la que se inserta la película Blak Mama.

Miguel Alvear:  Cuando trabajas entre dos ya has superado lo que pudiste haber hecho solo. No únicamente porque el otro te escucha –y de esta manera tú te escuchas– sino porque en el diálogo se pone en entredicho la seguridad de cada uno. Si yo trabajo solo ya sé más o menos lo que puede ocurrir. Cuando trabajo con otra persona se abren caminos que ninguno de los dos hubiera encontrado por su cuenta. Esto para mí es emocionante. A esto le llamo la "dialéctica de la carambola". Una pelota que va tocando en varias pelotas y se va transformando. Y no estoy solamente refiriéndome a situaciones de acuerdo colectivo o de sintonía creativa. He descubierto que mientras menos te entiendes con el otro, mejor es el resultado. Son formas de salir del lugar común, de escapar a los atavismos del metalenguaje. Y cuando malinterpreto la idea o sugerencia del otro, el resultado es inesperado para ambos.

En el caso específico de Blak Mama, el proyecto empezó como una serie de ejercicios performáticos registrados en video que se transformaron en obra de danza/teatro, luego en un filme y luego en una exposición de arte. Esta transmutación se debe a que las ideas iniciales pusieron en juego ciertos sentidos o ciertas pulsiones que nunca terminaron de cerrarse o de agotarse. Patricio Andrade llevó la batuta en los dos montajes escénicos de la obra para la que yo había filmado unas secuencias en video con los personajes. Me parecía que en esas secuencias se escondía una película que podía fijar de manera más concreta aquello que la danza sugería. Con la película, y luego con la exposición Me gustas, me gustas, pero me asustas, entramos en circuitos diversos y llegamos a públicos diferentes. También hemos presentado en algunas exposiciones de arte derivados instalativos de la película donde nos despojamos de la linealidad narrativa. Algo así nos parecía más apropiado mostrar en la Bienal de Venecia pero por limitaciones de espacio no fue posible.



LatinArt:  Mantienes una marcada irreverencia y suspicacia frente a los discursos monolíticos (identidad o nación) y a los discursos canónicos (el mainstream en el cine o el arte). ¿Qué crees que marcó o condicionó tu mirada?

Miguel Alvear:  Cuando tenía cinco años vino de visita una tía que vivía en una ciudad de la Costa de Ecuador. Nos vio jugando y dijo: "¡Qué divertido! Estos gringuitos hablan como indios!". Se refería a lo irónico que le resultaba que unos niños rubios y blancos hayan incorporado el acento kichwa de la Sierra ecuatoriana. Ni de aquí ni de allá. El habitar un lugar intermedio sin arraigo a formas de ser, a tradiciones, a tabúes... No ser ni de aquí ni de allá te coloca a una distancia desde la que puedes ver y tal vez decir cosas que otros no dirían. Nunca me sentí identificado con la inflamación nacionalista que tanto arraigo tiene en Latinoamérica. Desde chico, en la escuela, la percibía como una gran mentira y como una forma de opresión. El discurso de la nación se construye alrededor de un gran macho, de un gran falo heroico. En Blak Mama atacamos de manera muy consciente algunos de esos arquetipos. Hace poco un cohete chino colocó el primer satélite de Ecuador en órbita y qué es lo primero que transmitió ese satélite al mundo? Adivinaste: ¡el Himno Nacional!

LatinArt:  Tu trabajo ha ido dando un giro de la representación de identidades populares, como las artistas de la tecnocumbia en Mec-Pop (2003) o los tipos raciales en Intercambio cultural (2005), a la activación de relaciones con artesanos en la intervención El Patio de los Pecadores, o colaboraciones en el proyecto Sicarios manabitas 2, largometraje coescrito y dirigido con el cineasta autodidacta Fernando Cedeño. ¿Qué está en juego en este desplazamiento?

Miguel Alvear:  Viendo estos proyectos en retrospectiva puedo advertir una disipación del énfasis autoral hacia un rol más amplio y complejo. Este rol rebasa –pero no excluye– lo meramente artístico. En El Patio de los Pecadores intenté aprovechar la convocatoria a intervenir sobre la arquitectura de una vieja casona en el centro de Quito para dinamizar los comercios de un grupo de artesanos que trabajaba allí, sin mayor visibilidad. Colocamos un Niño Dios inflable de cinco metros de alto sobre el patio. De esta manera, una pieza de "arte contemporáneo" era a la vez un recurso publicitario para llevar gente al lugar. Sicarios manabitas, una película hecha casi sin presupuesto por un grupo de aficionados, es posiblemente la película más vendida en el circuito del DVD pirata en Ecuador. El establishment del cine considera este tipo de producciones como técnicamente deficientes y temáticamente alienadas. Con el proyecto Sicarios manabitas 2 nos hemos planteado potenciar o subrayar aquellos elementos que el cine ilustrado quisiera desechar. Aquello que fagocita de la cultura visual que los ilustrados quieren pulverizar.

Los proyectos que mencionas están atravesados por una intención de problematizar la alteridad. La corriente en boga trata de –so pretexto de la inclusión, la igualdad y la diversidad– ocultar los conflictos implícitos en el intercambio con el otro. Me parece que lo que he hecho con estos proyectos es subrayar esas tensiones y desprenderme de mis propias nociones sobre lo artístico o lo estético.



LatinArt:  Hay quienes comentan que estarías utilizando o manipulando a estos grupos para tu beneficio. ¿Qué respondes a estos comentarios?¿Qué consideras que motivó a estos sectores a participar y colaborar en tus proyectos?¿Cuáles han sido los efectos en sus prácticas? Tomemos el caso de las divas de la tecnocumbia y los cineastas autodidactas.

Miguel Alvear:  En toda transacción humana hay un interés y una seducción, una manipulación. Desconocer esto sería ingenuo o mentiroso. En Mec-Pop tuve el privilegio de trabajar con cantantes muy conocidas como modelos de las fotografías y eso fue obviamente un plus para el proyecto. Pero al mismo tiempo ellas estaban interesadas en que su imagen aparezca en un museo. En ese entonces el género tecnocumbia se escuchaba en estaciones A.M. y en canales de TV UHF solamente. Era un género despreciado por las élites. Ellas entendieron que entrar en el museo las colocaba en un lugar de legitimación diferente. Lo paradójico es que cuando el museo censuró la muestra se armó una polémica mediática de la que ellas resultaron ampliamente favorecidas. Este género se escucha hoy en todas partes y una censura como la del 2003 sería impensable. Me parece que quienes juzgan que hay una manipulación para mi beneficio emiten ese juicio desde un racismo solapado por la culpa. Como serían incapaces de tratar con el otro cara a cara, se erigen como sus defensores morales. Tampoco veo que mi rol se debería limitar a celebrar las formas de representación de la tecnocumbia, que es lo que el museo esperaba. Lo que intenté es poner justamente en juego la imagen que la tecnocumbia dirige al ojo masculino.

En el caso de los cineastas autodidactas creamos una plataforma de visibilización de su trabajo. Y claro, para ellos eso resultó muy interesante. Antes jamás habían exhibido en salas comerciales ni espacios de tipo cultural. Su trabajo era despreciado por los burócratas culturales de provincia que veían sus películas como engendros de "alienación cultural". Implementamos una intensa campaña mediática de tal manera que muchos de ellos tienen ahora amplio reconocimiento. Pero a su vez, esta exposición les obliga a repensar sus métodos de producción y financiación. Es un camino de doble vía. Para mí era sumamente interesante ver cómo esta producción aparentemente marginal ponía en cuestión las políticas culturales sobre el audiovisual en Ecuador. No pusimos el énfasis sobre el valor artístico de la tecnocumbia o del cine autodidacta; pensamos que era más interesante el juego semiótico y la discusión que a partir de su visibilización se ha generado.

LatinArt:  Finalmente, a lo largo de tu trayectoria te has adelantado a revelar brechas sociales, económicas y culturales desde enfoques experimentales y plataformas innovadoras. ¿Cómo percibes el escenario actual de legitimación e institucionalización por parte del Estado de la diversidad cultural? ¿Cuáles son los desafíos que enfrenta tu práctica?

Miguel Alvear:  La "corrección política" en el discurso oficial –la inclusión y la aceptación oficial de la diversidad– ha llevado a que se banalicen o se oculten las tensiones propias de la práctica intercultural. Muchos activistas y críticos se han quedado sin agenda porque el Estado les ha quitado el discurso. Al mismo tiempo que florece la retórica "multi-culti" siguen en pie perversos mecanismos de homogenización y de exclusión desde el mismo Estado. Hace poco el presidente anunció la explotación petrolera en el Parque Nacional Yasuní, hogar de los Taromenane, un minúsculo grupo no contactado de la Amazonía. Los argumentos expuestos nos recuerdan que la colonización es algo del presente. Si a esto le añades que muchos funcionarios confunden el fomento cultural con la agenda promocional del Gobierno –ya cambio de subsidios lo que esperan es silencio-, uno de los desafíos es detectar y señalar esas contradicciones. Mantener la alegría y no callarse.




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