Museo Municipal de Guayaquil,
10/05/2006 - 15/06/2006
Guayaquil, Ecuador
Oscar Muñoz: Disolvencia y Fantasmagorías. Parte 2
por Lupe Alvarez
Aliento participa también de este ser-acontecimiento que se reitera en una y otra pieza. En ella los aparecimientos adquieren cuerpo en una relación particular con el observador. La fotoserigrafía se estampa en esta obra sobre un espejo metálico colocado a una altura discretamente cómoda para llamar la atención sobre la superficie reflectante. Allí, cuando el espectador exhala, la imagen impresa se hace momentáneamente visible, se proyecta en un cruce espectral con el rostro que la mira.
La sugerencia del contacto -incitación a producir realidad para conjurar el ocultamiento- dota a esta pieza de una intensidad especial. La imagen aparece en el acto en el cual se quiebra çreal y físicamente- la distancia entre el espectador y el objeto.
Aliento conjura, aunque sea en un inframince (presente delgado), la fragilidad de la memoria, y nos recuerda, con el cruce de miradas, esa fuerza constituyente de la relación con la otredad. En esta obra no podría omitirse la referencia al contexto político, pues la desaparición de personas en el conflicto armado que el país vive çinconmensurable y habitual- representa quizás uno de los fantasmas que atraviesa la conciencia común. De hecho Aliento usa retratos de personas que han sido asesinadas o que han muerto en circunstancias violentas haciendo factible que sea interpretada como un reclamo ante la apatía o como un alegato contra la sensación de ajenidad, de "mal de otros", que como mecanismo de defensa ante una situación de todos los días tiene el ciudadano menos afectado.
Merece la pena señalar cómo la crítica artística en Colombia ha hablado de un "escalamiento de la tolerancia visual"(5) a partir de la explotación de las imágenes violentas por los medios de masas, circunstancia que ha generado una especie de inmunidad ante la imagen, que de tanto mostrar provoca ceguera y, sobre todo, resignación con decaimiento de cualquier tipo de resistencia. José Ignacio Roca, en su Columna de Arena de referencia, cuando analiza este caso retoma una frase insustituible del crítico Sylvere Lotringer: "simultáneamente presentando la violencia y haciéndola desaparecer"(6)
Oscar Muñoz nos llama, entonces, a otra relación con ese "otro", conmovedor en su propio anonimato, tan cercano -incluso- desde su intuida densidad estadística. Ese otro "cualsea" con el que podríamos confundirnos.
Otras reflexiones penden también de la rica y flexible materialidad de esta obra. Me refiero a cierto valor cultual que, al decir de Walter Benjamín, ocupa una última trinchera en el rostro humano, en el culto al recuerdo de los seres queridos, lejanos o desaparecidos, cuyos rasgos atrapan esa aura melancólica incomparable(7). Aliento, con su invocación por medio del hálito vital nos trae la expresión de esos rostros que vibran fugazmente en nosotros. Vida, muerte y resurrección parecen juntarse en una unidad casi mística rescatada en el contacto y el acercamiento.
Tiznados representa también el escamoteo de una visión delimitada y concreta. Esta serie de cuadros realizados con un formato tradicional(8), avanza la vocación experimental y de escritura en los medios que le es tan característica al artista. Con apariencia abstracta y con el material a flor de piel, las piezas ejemplifican el modo en que una supuesta determinación estética puede servir de coartada artificiosa para exponer contenidos de alta densidad.
El proceso en el cual estos cuadros se inscriben en la trayectoria creadora de Muñoz revela cómo la imagen, sin asidero en la representación consumada y con una materialidad fuertemente evocadora, puede ampliar considerablemente el horizonte de lectura hallándole anclajes sugerentes, lo mismo en el plano estético conceptual que en un espectro de significados públicos y socialmente oportunos.
Las fotografías de la prensa amarilla son las detonantes de la serie, pero aquí Muñoz presta atención al momento en el que el flash de la cámara manipulada por el reportero, con la intensidad de la luz, disuelve los contornos de las víctimas y las reduce a una imagen borrosa, "invisibilizada", una imagen abstracta que, en su mismo aparecimiento, anula su evidencia como forma palpable y nombrada.
Como en Aliento, Tiznados nutre ese modo lateral y estéticamente enjundioso de referirse a la realidad colombiana, característico de la propuesta de Muñoz. Aun cuando se refiere a acontecimientos concretos la obra marcha a contrapelo de la tendencia sociológica y etnográfica que se posiciona en un escenario tan convulso. Su abstracción ambigua se instala preocupante por su misma evanescencia, se exhibe sospechosa, demandando del espectador el punto de vista que le descubra esas significaciones sutilmente anunciadas en sus pliegues.
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