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Descolonizando la arquitectura: Entrevista con Alessandro Petti
Ana María Durán




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AMD: Has identificado una forma muy particular de “informalismo”…

AP: Así es. Una reflexión paralela se desprende de una de las razones por las que de repente se dirige tanta atención a los asentamientos informales. Ha crecido el interés mundial por estas zonas urbanas en expansión, al mismo tiempo que ellos también se expanden y se vuelven un factor central de las economías y la legalidad de la “ciudad formal”. El acto de normalizar los llamados “asentamientos informales” cobra importancia en el contexto de la crisis económica; los gobiernos necesitan capital y más ciudadanos que paguen impuestos. Por lo tanto surgen algunas preguntas que quisiéramos formular. Reconocemos que existen dos alternativas: una sería mantener el mismo nivel de pobreza en los asentamientos informales o campos de refugiados, la otra intervenir en ellos y normalizarlos. Las terceras opciones crean plataformas políticas capaces de articular distintas relaciones políticas y sociales. Las necesidades humanas, como el suministro de agua y electricidad, por ejemplo, las satisfacen el campo en conjunto y no las familias individuales. En estas nuevas articulaciones, el concepto de lo común predomina sobre dicotomías como privado-público, incluso en el sentido y la definición de la propiedad. Hemos llegado a un momento en que resulta imperativo comprender el ADN que está emergiendo de esta situación. Lidiar con su estructure molecular nos obliga pensar en la ciudad en formas distintas. La misma ciudad está en crisis. El campo se ha convertido en el sitio donde podemos llegar a reconstituir una comunidad política, en un lugar donde los ciudadanos comparten ciertos tipos de recursos en vez de que sea un ámbito privatizado. Otro ejemplo que permite ilustrar esta idea es el centro cultural que se construyó en el campo de refugiados Dheisheh en 1992, en un sitio que primero utilizaron las instituciones culturales británicas, después el gobierno jordano, y últimamente la Autoridad Palestina. La comunidad se quedó a cargo de las instalaciones, y en vez de utilizarlas con el mismo propósito, las convirtieron en un centro cultural, con instalaciones deportivas, un salón para bodas y una biblioteca – en lo que realmente necesitaba la comunidad. Nadie vislumbró el proyecto como parte de un proceso de normalización: al contrario, el centro cultural no fue producto de la ayuda humanitaria, y ayudó a mejorar sus vidas sin normalizar el campo. Como arquitectos, buscamos basarnos en estas experiencias para entender la manera en que puede uno construir algo que está en constante tensión entre dos sitios, una arquitectura del exilio.

AMD: Trabajas en el umbral entre el arte, la arquitectura y la política. ¿Cómo percibes tu papel de arquitecto, tomando en cuenta que trabajas en un intersticio que no permite habitar?

AP: Efectivamente, trabajamos en el cruce de varias disciplinas, pero es importante aclarar que descubrimos que de alguna manera queríamos operar como un despacho de arquitectura y escogimos proyectos arquitectónicos como metodologías rectoras. Le apostamos más a la inteligencia colectiva que a la idea de genialidad artística o derechos de autor particulares. A pesar del contexto colonial, disfrutamos nuestra vida cotidiana con mayor intensidad si trabajamos y compartimos con otros. Esa sensibilidad a la creación social es más parecida a la práctica de arquitectura. Otro aspecto del despacho arquitectónico que quisimos conservar fue la posibilidad de crear intervenciones relacionadas con intervenciones espaciales y materiales. Al mismo tiempo, nos distanciamos a propósito de la práctica normal de un despacho arquitectónico profesional. No buscamos ni esperamos clientes. En ese sentido decidimos de manera autónoma –más como los artistas quizá—qué proyectos queremos realizar, lo cual nos permite ejercer la arquitectura más libremente, sin quedar atrapados en las limitaciones de la profesión. El componente artístico de nuestro trabajo es lo que lo hace posible. Para algunos nuestro trabajo es un tanto polémico políticamente, y a las agencias de la ONU así como otras organizaciones a menudo les parece ingenuo e utópico. Pero nosotros no vemos nuestra práctica así: pensamos que está aterrizada en la realidad y creemos que nuestras propuestas son más realistas en la medida que no aceptan los límites impuestos por una realidad política corrupta. El propósito es de abrir la imaginación en términos políticos.

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