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Arte & Espacio Social
Arte contemporáneo, pedagogía y liberación
Marí­a Fernanda Cartagena




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Teología y liberación

Al igual que la educación liberadora, la teología de la liberación se manifiesta en contra de la pobreza del continente. Esta teología también reconoce la dimensión política de su campo. El teólogo Juan José Tamayo-Acosta sostiene que el costado político ya había sido discutido por las teologías políticas europeas, pero en el caso de los teólogos latinoamericanos no se trata de una versión más dentro de esta tradición. “Su punto de partida no es la realidad política en abstracto sino la situación en la América Latina dependiente y dominada”, donde “los elementos de análisis de la infraestructura latinoamericana no son simples datos externos que interesen lateralmente y de pasada a la teología; constituyen un momento interno del quehacer teológico…”(4) Esta nueva forma de hacer teología empieza con una lectura crítica de la realidad.

La liberación de la teología fue un proceso paradigmático llevado a cabo en América Latina que significó expropiar a esta ciencia como patrimonio exclusivo de los sacerdotes. La teología concebida como especialización, carrera o dogma, y la designación de los teólogos como la única voz autorizada para hablar de Dios, habían conducido al profundo divorcio fe-vida, teoría-realidad. La teología de la liberación se construye reconociendo que todos, especialmente los pobres y oprimidos, son sujetos históricos capaces de reflexionar y transformar su propia realidad de injusticia e inequidad a partir de la experiencia de Dios.

Esta línea de la iglesia realizará una dura crítica a la educación oficial como reproductora de desigualdades y acogerá la práctica de Freire respaldando una educación que promueva al hombre en todas sus dimensiones y lo convierta en agente de su desarrollo integral. Para elaborar su reflexión pastoral esta teología también consagra el método de aprendizaje teórico-práctico de la Juventud Obrera Cristiana VER, JUZGAR, ACTUAR desarrollado por el sacerdote belga José Cardijn a inicios del siglo XX para formar militantes activos con conciencia de la preponderancia de lo espiritual sobre lo material. Era la hora de Ver, educar la mirada para percibir la vida cotidiana en profundidad, abriendo los ojos a la realidad socio-económica y política del pueblo latinoamericano; se debía Juzgar, tomar postura, discernir a la luz de la fe; y Actuar como una respuesta al llamado, al compromiso, a protagonizar acciones para el cambio.

Un claro ejemplo de esta práctica crítica evangelizadora y educativa constituye el trabajo de Monseñor Leonidas Proaño (1910 – 1988) pionero de la Teología de la Liberación en Ecuador. Proaño concibió y promovió dispositivos que giraron alrededor del fortalecimiento de la comunidad, organización popular, concientización y autoeducación indígena. Uno de sus proyectos más trascendentales fueron las Escuelas Radiofónicas Populares del Ecuador concebidas para alfabetizar, concientizar y liberar a las poblaciones rurales. Para construir una pastoral comunitaria su desafío radicó en desarrollar un método para la comunicación donde articuló el método de Paulo Freire, el de la JOC y el del Evangelio.

La educación liberadora caminó de la mano con la teología de la liberación en su crítica a la reproducción de los valores dominantes y cuestionamiento a la colonialidad del saber. Forjaron nuevas maneras de concebir y practicar la educación y la teología en función de la liberación de los estratos populares como único camino para modificar la estructura hegemónica.

Estética liberadora

Varios artistas ecuatorianos contemporáneos han desarrollado una aguda sensibilidad para desmontar patrones de poder relacionados con la imposición de la matriz colonial en el arte o la educación. A continuación presentamos el trabajo de dos hacedores donde estética y pedagogía despliegan su potencial político e intercultural. Interculturalidad entendida en términos de Catherine Walsh, como concepto, práctica, proceso y proyecto que promueve “el contacto e intercambio entre culturas, en términos equitativos; en condiciones de igualdad (…) a partir de la relación, comunicación y aprendizaje permanentes entre personas, grupos, conocimientos, valores, tradiciones, lógicas, racionalidades distintas, orientados a generar, construir y propiciar respeto mutuo, y un desarrollo pleno de las capacidades de los individuos y colectivos, por encima de sus diferencias culturales y sociales”.(5)

Pablo Sanaguano ha dedicado gran parte de su práctica artística al trabajo con comunidades indígenas de la provincia del Chimborazo, donde desde muy temprano y cercanamente fue testigo de su explotación. Su destreza por el dibujo fue la manera en cómo inició el diálogo con indígenas ofreciendo dictar clases en barrios y comunidades. A través de este primer acercamiento constató el peso colonial en la actitud de derrota e impotencia que atribuían a sus raíces étnicas y pobreza. También fue testigo de la desvalorización de la cultura indígena. Muchos indígenas le confesaron que preferían “arrimarse” a la cultura dominante ya que “es mejor ser un imitador que un despreciado”. Con estas tempranas experiencias Sanaguano concebirá al arte como oportunidad para el encuentro y aprendizaje colectivo, y sobre todo como posibilidad para el crecimiento en humanidad. De los talleres que organizó tempranamente destaca la apertura y valor dado a la palabra donde todos se convierten en protagonistas de un proceso, el diálogo visto en una dimensión de igualdad, y el partir del hecho de que todas las personas tienen una actitud de artistas, cualidad y valor entendido como inconformidad, riesgo, deseo de transformar realidades, de construir otro tipo de mirada, de fortalecer sensibilidades y aprovechar las diferencias de los otros.(6)

Sanaguano se formó en comunidades eclesiales de base en Chimborazo acompañando el proceso de Monseñor Proaño, y posteriormente viaja a Francia a estudiar artes en una academia que favorecía la actitud reflexiva sobre la destreza técnica. En sus talleres aplica la metodología del ver, juzgar y actuar y considera que el arte contribuye y fortalece este proceso con el “sentir” abriendo canales para las emociones y afectos.(7)

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