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Prácticas Curatoriales
Entrevista con la curadora colombiana Pilar Velilla
Beatriz Duque de Vallejo




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Reclining Woman


Roman Soldier


Thought


Cat with mime


Woman with Mirror

B.V.: El hecho de llevar las esculturas a la calle representa un concepto de arte diferente al tradicional. Ya no se trata del arte "encerrado" en un museo de un arte que sale al encuentro y con el cuál se convive cotidianamente. ¿Para usted qué importancia tiene el arte público?

P.V.: Botero insistió mucho en que las esculturas estuvieran a la altura humana, a la mano, y aún corriendo el riesgo del deterioro no nos dejó subirlas ni un centímetro porque quería que su obra se relacionara con la gente. Yo amo el museo, lo valoro, pero pienso que desde el punto de vista del desarrollo de la ciudad es más importante la plaza. No hay ni siquiera que escribir algo en un papel para justificar su presencia, basta pararse un momento a mirarla para ver cómo las cosas han cambiado en esta zona a la vuelta apenas de un año, porque los cambios de las ciudades se dan en mucho tiempo, y éste ha sido instantáneo. Es decir, en el momento en que la mitad de la plaza fue inaugurada, a los diez minutos la plaza había sido literalmente tomada por la gente. Y desde entonces ahí está... todos los días. La plaza con frecuencia tiene mimo propio, teatreros, Hare-Krishnas, oradores, estatuas vivientes y todo tipo de gente. Es difícil encontrar una banca desocupada.

B.V.: Indudablemente la respuesta de la gente ha sido maravillosa, pero por otro lado es muy triste ver la forma cómo algunos han irrespetado las obras de Botero: a la mujer con el espejo le robaron el espejo (que después fue recuperado), al perro le quitaron los bigotes y otra de las esculturas tiene un graffiti. ¿Ustedes han pensado en hacer alguna campaña para educar a la gente al respecto?

P.V.: Nosotros vamos sobre la marcha y no hemos tenido ni el tiempo ni el presupuesto para cambiar la mentalidad de la gente. A mí no me preocupan los rayones para nada. Cada vez que se lo digo al maestro Botero él me dice: ¡Pero cómo, en ningún lugar del mundo me rayan una escultura! Y yo le digo siempre: parece que usted no se hubiera dado cuenta todavía de lo que está haciendo por esta ciudad. Es que usted no le puede pedir nada a nadie de lo que no le ha dado, y al pueblo antioqueño y colombiano en general se le ha negado la educación. Entonces ¿cuál es nuestra campaña? Insistir. Encontramos el espejo de la mujer. Al muchacho que se lo robó le pagaron cuatro mil pesos (un dólar con ochenta centavos) porque tener un pedazo de una escultura de Botero no es tener la escultura, eso no vale nada, vale lo que pesa en bronce. Al Museo le costó un millón de pesos volverlo a poner. Insistiremos... yo creo que no se aprende a usar nada sino usándolo. Llegará el día en que todos los antioqueños quieran y protejan su plaza. Pero a un muchacho que es un delincuente, que fue abandonado cuando nació, tirado en una calle o maltratado, que nunca tuvo la oportunidad de ir a la escuela, que lo único que ha recibido de la vida es patadas, ¿Cómo le puedo explicar yo – y decirle de la noche a la mañana - que ame esa escultura, que es parte de su patrimonio, que le pertenece y que está ahí para servirle?, ¿Cómo me puede entender ese muchacho? Es imposible. Yo digo que será un trabajo largo, de mucha persistencia y paciencia, de no ceder un solo día en enseñarle a las personas para qué es esto. Va a llegar el día, yo confío en la gente.

* Esta entrevista ocurrió el 7 de febrero 2002, en Medellín, Colombia.

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