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Prácticas Curatoriales
Reporte desde Rosario, Argentina
Roberto Amigo




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En la última Documenta de Kassel impactó la obra del artista argentino, radicado en New York; Fabián Marcaccio (1963), no solo por su complejidad formal –sostenida en una indagación personal sobre lo artístico en la sociedad de la información, derivada de sus estudios filosóficos– sino también por lo que pagaron por ella. Por fuera de las consideraciones del mercado, cuya incidencia en la valoración del arte contemporáneo es omnipresente luego de la perdida de una narrativa central, no se debe empañar la vitalidad creativa de algunos artistas rosarinos, ya presentes en el escenario internacional.

Entre ellos, se destaca Graciela Sacco (1956). Desde hace unos años realiza intervenciones urbanas con una técnica singular: impresiones heliográficas. Sin embargo, no es el aspecto técnico lo que sostiene la singularidad de su obra. Cuando en los años noventa comenzaba a dominar la estética del sinsentido, la idea del arte light y el individualismo autorreflexivo entre los jóvenes artistas (en paralelo con el dominio político de la "cultura del menemismo", es decir del neoconservadurismo del gobierno presidencial de Carlos Menem), la obra de Sacco indaga acerca de la mirada del otro, sobre la revuelta política urbana y, a la vez, explora problemas perceptivos como el instante y la sombra. La raíz política de su práctica artística, posiblemente, es heredera de su reflexión académica acerca del arte político de los años sesenta (en especial sobre Tucumán Arde, episodio emblemático del conceptualismo político y de los nexos entre el arte y la revolución política de fines de aquella década). Además, Sacco no reniega del valor poético de la creación artística: de manera expresiva con sus alas heliográfica, y de manera expresa cuando la revuelta popular se reduce al instante del enfrentamiento de los cuerpos en las calles. Desde luego, Sacco dialoga aquí con pinturas emblemáticas del arte argentino, como Manifestación de Antonio Berni (ambas obras comparten la intensidad de los gestos individuales, su capacidad de retrato social de lo colectivo, y ambas son expresión de dos profundas crisis socioeconómicas, la de las décadas del treinta y del noventa).

Si Marcaccio y Sacco son, tal vez, los artistas vinculados a Rosario con mayor exposición internacional, otros no le van a la zaga. Una breve presentación de algunos de ellos puede ser de interés, aunque deje inevitablemente a varios fuera, ya que los consideramos referentes de diversas decisiones estéticas individuales. Optamos presentar, entonces, la obra de Claudia del Río (1957), Carlos Trilnick (1957), Daniel García (1958), Nicola Costantino (1964) y Román Vitali (1969).

La obra de Claudia del Río deviene por distintas reflexiones y soportes. Las huellas de la memoria visual, recuperadas mediante fotografías en series disímiles. Imágenes que cobran sentido en la yuxtaposición o el montaje que la artista diseña sobre los muros. Algunas aspiran a una enorme melancolía, como los boxeadores en pose arrancados de viejas revistas. En la serie Bubones, fotografías intervenidas con resina. La palabra bubones nos remite a la enfermedad, a la peste; dentro de los bubones formados por la resina se alojan otras imágenes, otros rostros. En la Bienal de La Habana de 1997 la artista exhibió una red de 93 platos de aluminio con otras tantas fotografías de mujeres, tomadas de revistas o instantáneas, en este caso la resina velaba y resquebrajaba los rostros. Reinaldo Laddaga ha señalado con acierto que Claudia del Río tiene obsesión por las redes "como si antes del territorio estable, de la solidez del suelo, hubiera para ella, los enlaces variables de las redes, las comunicaciones anárquicas entre seres que nada, diríase vincula" (Claudia del Río, Museo Castagnino, 2000).

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