Los orígenes y el desarrollo de la obra de Miguel Ventura (San Antonio, Texas, 1954) encuentran su fuente en una formación académica temprana que combinó las artes visuales y la lingüística. En su pintura de principios de los noventa, la desintegración de la familia, las naciones, las fronteras y el individuo era su tema rector. En adelante, se orientó hacia prácticas interdisciplinarias (dibujo, foto, video, instalación) en las que ha explorado las implicaciones del lenguaje como dispositivo de poder. Ventura cuenta que de niño oía muchos idiomas que no entendía y que siempre se sintió intrigado o aterrorizado por aquello que no comprendía. "Sentía que eran lenguajes secretos de un grupo de gente o de una nación a los que yo no pertenecía. De modo que creé mi propia nación en mi trabajo, donde delineo mis propias fronteras y puedo reunir voces del pasado, el presente y el futuro" (Miguel Ventura, texto "Lamentations, Praises, Hymns". 1992) La crítica mordaz de Ventura a los estereotipos dominantes en la cultura globalizada y sus parodias a las normas (lingüística, sexual, racial, social, educativa, institucional) desembocan en la construcción de un nuevo orden social, totalmente imaginario y basado en un lenguaje inventado. De esta manera, la obra de Miguel Ventura se concentra en un complejísimo trabajo de demitificación de las estructuras sociales. En este proceso, el protagonista principal es la figura del niño. En las obras de Ventura, los niños leen, juegan, bailan, descansan, comen y duermen como cualquier criatura; sólo que aquí, llevan pelucas oxigenadas con trenzas de Heidi, rostro maquillado y hablan un lenguaje desconocido. Este lenguaje está "virtualmente institucionalizado" desde 1994 en el NILC (New International Language Commitee/Nuevo Consejo Interterritorial de Lenguas), una organización ficticia y medio fascista que cuenta con un alfabeto compuesto de glifos que combinan las letras del abecedario y las trenzas de Heidi.