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Descolonizando la arquitectura: Entrevista con Alessandro Petti
Ana María Durán




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Ana María Durán: ¿Cuál ha sido el resultado de enfocar sus esfuerzos en un lugar en el que pareciera más apropiado algún tipo de anti-arquitectura?

Alessandro Petti: Cuando nos pusimos a pensar en cómo intervenir en un campo de refugiados palestinos, nos sentimos atrapados entre dos posiciones encontradas: una humanitaria, la otra dirigida a la normalización política, ambas con el peligro de perpetuar una situación inaguantable; una al permitir que la situación fuera un poco más soportable, la otra eliminando la opción del retorno, posibilidad que no queríamos socavar. No obstante, se ha producido un cambio interesante en las últimas décadas que ha suscitado el surgimiento de una tercera posición: transformar el campo construyendo instituciones que no contribuirían a normalizarlo, sino al contrario, luchar por y vislumbrar el retorno. El resultado de dicho cambio es que, tras 64 años en el exilio, los palestinos ahora tienen otro concepto de lo que constituye una ciudad. Esta definición innovadora parte del hecho de que un campo no se define según lo que normalmente constituye una “ciudad”. Un campo sugiere un sentido diferente de lugar y espacio en el cual se derrumban las categorías de lo público y lo privado.

El principio básico de una ciudad --la articulación de espacios públicos y privados—no tiene sentido en un campamento. La idea misma de una casa particular pierde significado para aquellos que no tienen derecho a ser propietarios de un terreno en el “país huésped” en el que se asientan de manera provisional. Los campos están sujetos a mandatos administrativos que prohíben la apropiación legal de la tierra. Los refugiados palestinos fueron trasplantados y se les negó la opción de echar raíces en otra parte. De manera que aunque construyan casas, no pueden ser propietarios de las mismas, aunque de alguna forma sí lo son, puesto que las venden, las rentan y las intercambian fuera del contexto legal, sin documentos que demuestren la propiedad de la tierra, ya que es ilegal ser propietario de una casa. Desde el punto de vista político y judicial, los refugiados siguen habitando en tiendas de campaña. Ese mismo desposeimiento se aplica al espacio público, que en realidad no es público, porque carece de soberanía. Dondequiera que se ubiquen, los campos de refugiados son espacios excepcionales desprovistos de nacionalidad. Los refugiados no son ciudadanos libaneses, ni sirios, ni jordanos: los campos constituyen islas extraterritoriales. El ADN básico de cualquier ciudad no opera en la suya. Esto no quiere decir que los habitantes de un campo no formen un sentido de lugar, un sentido de lo urbano. A lo largo de aquellos 64 años se ha producido una arquitectura del exilio, y este tipo de urbanismo informal permanece inexplorado y carente de representación. Por lo tanto, nuestra respuesta fue fundar una universidad en uno de los campos el año pasado. La primera imagen que viene en mente al pensar a un “campo de refugiados” se relaciona con arquitecturas específicas y transitorias, como refugios inestables y tiendas de campaña, lo cual no corresponde a la realidad de los campos de refugiados palestinos, que suelen construirse con distintos tipos de materiales, que incluyen temas políticos e históricos.

AMD: ¿Cómo involucraste a la comunidad en los procesos de investigación y diseño?

AP: Cuando empezamos a especular en torno a la idea del derecho al retorno, emprendimos unas discusiones intensas con distintos actores y activistas. La primera formulación que empezó a plantearse se relacionó con la ausencia de una imagen, de una representación visual en un discurso que hablaba de consignas, de resoluciones, derechos y principios de la ONU, es decir, puras palabras que en ningún momento articulaban las formas concretas que tomarían sus conceptos. Nos cuestionamos en cuanto a cómo podríamos concebir el derecho al retorno de manera correcta en la práctica; cómo lo podríamos materializar y analizar en términos visuales, más allá de las meras declaraciones. Nuestra inquietud provocó un diálogo largo y complicado con los refugiados y las instituciones palestinas. Tuvimos que presionarlos a pensar en términos pragmáticos. ¿Cómo imaginar el derecho al retorno? ¿Cómo se podría articular dicho derecho en términos espaciales y visualizarlo? Trabajamos en conjunto con varias comunidades e imaginamos colectivamente “el día después de.” ¿Cómo sería?

AMD: ¿La historia común jugó algún papel en esas formulaciones?

AP: Resultó de importancia fundamental ver los fenómenos con un sentido de perspectiva histórica, y más aún ahora que las posturas radicales se han impulsado. Sentimos la necesidad de tomar un paso atrás para comprender en qué sentido había evolucionado el concepto de la normalización había en distintas zonas geográficas desde 1948. Por ejemplo, en los Estados Árabes se han concretado y continúan concretándose posturas fuertes a favor de la causa palestina, pero los refugiados quedan cínicamente marginados de la sociedad. En Líbano existen más de 60 profesiones en las que no pueden participar los palestinos. En Jordania, aunque la población palestina constituye el 60% del total, dicha población carece de derechos políticos. Estos problemas se manifiestan de manera distinta en distintos lugares. En la Cisjordania los campos de refugiados se caracterizan por una condición muy particular: los refugiados siguen habitando dentro de la Palestina histórica. Aunque no son ciudadanos del estado, siguen viviendo cerca de sus lugares de origen. La Autoridad Palestina se estableció en la década de los 90. El hecho de que el gobierno huésped en Cisjordania es la Autoridad Palestina plantea posibilidades interesantes. Por una parte, hay un sentido de lo que significa seguir siendo refugiados en términos de identidad, y por otra, de cómo no quedar absorbido por el entorno local, que se ha convertido en otra cosa.

Trabajamos en el campo de refugiados Dheisheh en Belén, que acoge a aproximadamente 8.000 individuos. Es un campo muy interesante y activo. Aquí el activismo político es de corte singular, al igual que las modalidades de habitación y construcción de nación. Por ejemplo los refugiados no pueden votar en las elecciones locales, pero aún así los partidos políticos más fuertes se reúnen en Dheisheh. Aunque los refugiados no tienen el derecho de elección, sus representantes políticos ejercen un impacto inmenso en la región. La situación es totalmente distinta en los campos del Líbano y de otros lugares. Aquí los refugiados construyen una plataforma política diferente con la finalidad de contrarrestar la línea roja que no se les permite cruzar. El discurso oficial minimiza el derecho al retorno y por tanto, paradójicamente, para la mayoría de los activistas palestinos la Autoridad Palestina constituye el “enemigo” a vencer, debido a su apoyo a la solución de dos estados que normaliza su situación al eliminar la posibilidad de regresar a su lugar de origen. En la actualidad este campo se encuentra tanto “adentro” como “afuera” simultáneamente. La normalización implicaría aceptar el quedar completamente afuera.

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