Yo tengo ciertos conocimientos desde mi formación como artista plástico; ciertos conocimientos técnicos del mundo de las imágenes, el dibujo, la fotografía, los objetos. Pero en el contexto de Mi Casa Mi Cuerpo lo que me interesa es lo que los otros saben hacer: por ejemplo, Ernesto aprendió desde pequeño todo lo relacionado con la agricultura junto a su papá, después fue ornamentador, y siempre se ha movido entre esos dos oficios. Cuando yo iba a la casa de Ernesto veía las implicaciones de esto en su vida personal, en su forma de usar el espacio, como que tenía matas ordenadas en la casa, porque tenían ciertas características, o que cultivara zonas altas y bajas en determinado momento, para mí era fascinante. Ese saber acumulado que no era un discurso del barrio en Ernesto, sino que era una actitud corporal ante el entorno y las plantas, una actitud tan metida en su cuerpo que él obraba de esa manera y me lo comunicaba. Yo buscaba en él un saber con el que yo quisiera encontrarme. Con Ernesto fue la agricultura, con Gerlys todas las prácticas de cocina, mas los cuidados de la casa, que es todo un mundo por descubrir; y Juan es todo su proceso de construcción de la casa y la gestión, que a veces tomaba la forma de una relación frustrada con lo político, y que me parecía fascinante también... en Rosa, la cocina... en Yolanda, la capacidad de generar espacios de encuentro con sus vecinos. Lo que me interesaba al encontrar esos saberes era instaurar un diálogo con lo que yo sabía. Los productos del proyecto son híbridos entre lo que ellos saben y lo que yo sé. [...]

Un objeto creado, puede ser álbum de fotos, puede ser Atlas o puede ser Casita, ya era crítico, y no necesariamente tenía que atravesar por discursos académicos o del mundo del arte que lo justificaran, sino que en el simple acto de generar una metodología participativa, en la que se imbricaran mundos diversos, había toda una actitud política. Entonces, el poder de la imagen, el grado de colaboración de las personas en el proyecto, el acto de construir su subjetividad en el marco de éste como sujetos activos y no como objetos de estudio, de no nombrarlos como investigados, ya eran actitudes críticas para mí. […]

Cuando me plantearon la oportunidad de llevar este proceso al público, al campo del arte, no me centré en la cuestión de si debía mostrarlo o no a una galería de arte, sino en cómo hacerlo. Entonces conversé con las familias, con Ernesto, con Juan, ellos dijeron -Sí, esto hay que mostrarlo. Siempre ha sido su actitud. Y entonces la pregunta era cómo mostrarlo. En ese cómo tiene que haber un alto grado de participación de todos, porque son las vidas de ellos las que están ahí. Es un acto de mucha responsabilidad, en la que se abre la vida de alguien al mundo público, y es necesario que esa persona decida qué quiere poner, cómo, qué no... obviamente hay grados de intimidad que hay que respetar [...] Todos los objetos que se crearon tienen grados de participación diferentes. No puedo decir que los grados de participación y de colaboración en todos los objetos fueran iguales. Los mismos modos de ser de nosotros y nuestros saberes fueron determinando cómo se hacían las casitas, cómo se hacía el álbum, cómo escribir los relatos. Entonces Ernesto fue central en el montaje de la Alianza Francesa, Juan y su hermano Manuel participaron más en el montaje del Centro de Memoria... siempre tiene que existir esa alianza. Es una autoría compartida. Ellos devienen autores, y hay que ser muy preciso y cuidadoso al dar los créditos, respetando lo que hizo cada quien, desde la concepción de la idea hasta los aspectos más ínfimos de su realización.

[...] Lo primero que se planeó fue hacer relatos orales, conversaciones que serían registradas en audio y luego transcritas. Lo de la fotografía no estaba claro... yo preví que las imágenes las abordaríamos desde el dibujo, pero resultó que los dibujos no funcionaron nunca. Pasamos a la fotografía porque ellos apreciaban la presencia de las fotos en sus hogares. Eran símbolos de unión, medios de rememoración del pasado, de congregación familiar. Con la fotografía llegaron el álbum y el Atlas. De alguna forma, en varias de las casas algo como el Atlas estaba presente: había unos cuadritos en que mandaban enmarcar fotos de varios tamaños y que eran todo un recuento... esta práctica sugirió la posibilidad de desarrollar los Atlas con las familias. Las casitas sí formaban parte del plan inicial, en la medida en que queríamos proyectar una casa de los sueños, que se iba a materializar en términos de una maqueta. Estas ideas se iban afinando con el tiempo. Por ejemplo, con respecto a las casas, la elaboración de planos no funcionaba... como se trata de casa de auto-construcción progresiva, ellos jamás toman medidas, ni hacen un plano inicial con las medidas ni las proporciones, sino que van tomando decisiones desde el cuerpo, a partir de los recorridos que realizan, y también considerando las necesidades de la familia. Entonces ellos deciden —Pongamos el muro hasta acá; a las dos semanas sienten que está oscuro, entonces dicen —Tumbemos esta parte del muro y pongamos una ventana. Todo se hace sobre la marcha, con altos grado de improvisación y aprendiendo a partir de la experiencia, así que los planos no funcionaban... funcionó colocar sobre una tabla de triplex los ladrillos, sin pegarlos, armando un frente, los lados, la parte de atrás, para luego hacer unas divisiones, levantando "muros" y tomando las decisiones de cómo configurar el espacio en el primer piso; cuando se tenía algo seguro, se fijaban los ladrillos para maqueta con colbón... pero sucedió muchas veces que, teniendo los muros ya armados, se cambiaba de idea, y teníamos que "tumbar el muro" y comenzar de nuevo. Fue un proceso de ensayo y error todo el tiempo.