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Crónica de una guerra civil inscrita en la piel de la ciudad
Marcelo Expósito




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11h de la mañana: vamos componiendo un bloque apretado que se adhiere a la epidermis del edificio. Súbita agitación arriba: parece que van a bajar Josefa y su abogado. La prensa desciende la escalera en tromba y cuando sale a la calle empuja al grupo de manifestantes. Increpamos molestos y se produce momentáneamente un tumulto. El abogado y Josefa vienen a informar de que el desahucio ha sido aplazado y no va a producirse hoy: los periodistas compiten para tomar posiciones desde las que documentar esta declaración en la entrada misma del edificio.

Congelemos por un instante esta imagen, sobre la que merece la pena reflexionar. Veamos qué ha sucedido literalmente: el grupo de manifestantes, en un bloque apretado contra la entrada del edificio para impedir el desahucio, se ve desplazado y su lugar ocupado por el grupo de periodistas que colapsan la puerta impidiendo la visibilidad a terceros. Josefa y su abogado, al llegar abajo, se ven acosados por los objetivos de las cámaras. El 15M ha convocado a un acto de desobediencia colectiva, y esto, junto con la repercusión de la campaña en prensa, radio y television, ha forzado al BBVA a solicitar al juzgado hace apenas una hora que se suspenda la ejecución del desahucio. Esta articulación exitosa de la autocomunicación del movimiento con la comunicación de masas comercial se convierte sin embargo en un conflicto de prioridades en el momento de nuestra imagen congelada. Lo que este momento pone de manifiesto es la manera en que la participación de la comunicación comercial, al mismo tiempo que suma poder a un movimiento, puede llegar a condicionar también sus dispositivos: la forma que adopta la ocupación movimentista del territorio se ve transformada por la intervención de la masa de periodistas.

Curiosamente, es una periodista la que propone, casi a gritos, una solución de consenso: que Josefa y su abogado informen, en primer lugar, en el espacio abierto frente al edificio, para que los manifestantes y el barrio podamos escuchar en asamblea mientras los periodistas mantienen sus micrófonos y cámaras bajados. A continuación pueden repetir sus declaraciones a modo de rueda de prensa y dedicar un tiempo específico a cada medio. Una de mis fotografías muestra cómo se resuelve este equilibrio extremadamente inestable. Josefa muestra un cartel fotocopiado con las consignas: 'Stop desahucios. No estás solo, estamos contigo'. Rodeada de un enjambre de cámaras y micrófonos, habla también a través de un megáfono que sostiene un activista barrial. Pienso en ese instante que, al mismo tiempo que una política de apertura y transparencia hacia la sociedad —lo que incluye a los medios de comunicación comerciales—, se necesita también imponer un control lo más estricto posible de las condiciones bajo las cuales la comunicación mediática comercial participa en los dispositivos con los que el 15M construye un nuevo tipo de esfera pública.

Minutos más tarde, observo cómo Josefa está a punto de intervenir en directo en un popular programa matinal de un canal de televisión privado. La periodista toma de la mano a Josefa, se mantienen así unidas durante toda la entrevista. Se sitúan de pie frente a la cámara. Varios activistas se colocan tras la entrevistadora y Josefa, para mostrar así a cámara una pancarta. Al entrar en directo, el operador se aproxima a las dos mujeres, cerrando el plano de manera que sea menos apreciable el fondo con los manifestantes. La entrevistadora explica el caso de Josefa, promoviendo un acercamiento sentimental, que consiste en el humanismo de una identificación espectatorial con la 'víctima'. Paradójicamente, apoyar a Josefa significa también, en la entrevista, provocar un exhibicionismo de sus condiciones de vida. En la prensa y la televisión, durante las horas siguientes, podremos apreciar el resultado de esa invasión de privacidad: la imagen multiplicada de Josefa en la 'intimidad' su vivienda, con un gran crucifijo en la pared del fondo.

Durante más de una hora vivimos una emoción desbordante. Cuando el abogado informa de la suspensión momentánea del desahucio y Josefa toma la palabra agradeciendo la solidaridad, las lágrimas asoman en todas las caras, sin falsos decoros. Amo formar parte de este movimiento en el que cientos de miles de personas están promoviendo una afectividad colectiva que al mismo tiempo busca intervenir en las condiciones materiales de las que surge la injusticia. Pero me acompaña todo el día un sentimiento de rabia. Cuando uno sitúa el cuerpo en la acción directa, este experimenta una conmoción que tarda en encontrar acomodo. Camino de regreso por la calle Primavera y me detengo un instante en una vivienda precaria instalada en los bajos de un edificio, frente a la cual tendrá lugar una nueva manifestación dos días más tarde. Quien la habita está sufriendo un acoso flagrante para que acepte abandonarla. El inquilino ha tomado la fachada por una gran página en blanco donde ha escrito con su letra insegura: "Me han cortado la luz y el agua por exigir un contrato legal. Justicia. Todos merecemos una vivienda digna". Ese texto es otra crónica sucinta de una guerra, tatuada en la piel de la ciudad.

La suspensión del desahucio de Josefa es tan solo momentánea. El BBVA volverá a intentarlo en septiembre, esperando que decaiga la atención mediática y movimentista. Las acciones colectivas que paralizan desahucios son una de las herramientas más potentes de las que ahora dispone el movimiento. El 15M la ha heredado de un movimiento anterior formidable, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) [ver: afectadosporlahipoteca ]. Pero el cuerpo pide con furia, al salir de calle Primavera, dirigirse adonde están ubicadas las entidades, las propias viviendas y las biografías de quienes son responsables de situaciones como la de Josefa. No hace falta ir muy lejos, pensemos sencillamente en el propio presidente del BBVA, Francisco González. De la misma generación que Josefa, le espera una pensión de jubilación de 79,9 millones de euros cuando abandone el cargo; mientras tanto, su salario declarado es de 1,9 millones anuales de fondo fijo más 3,4 millones de bono variable (El País, 5/2/2010). Hace un mes sostuvo que, para salir de la crisis, no se necesitan nuevos impuestos o tasas a las ganancias bancarias, sino un "gobierno fuerte" que afronte reformas estructurales "con decisión y profundidad... para poner a este país a trabajar", mostrándose de acuerdo con el Movimiento 15M: "no hay derecho a que los jóvenes no encuentren un puesto de trabajo" (El Mundo, 17/7/2011). En la reunión anual de consejeros de BBVA Bancomer en México D.F., rodeado de Lula y Felipe Calderón, criticó las políticas de ajuste del gobierno español, tímidas e ineficaces porque el presidente Zapatero "no cree en las reformas". El presidente mexicano "destacó la confianza depositada por el BBVA en [México], gracias a su estabilidad económica y su desarrollo democrático" (El País, 22/06/2011).

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