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Arte & Espacio Social
Arte contemporáneo, pedagogía y liberación
Marí­a Fernanda Cartagena




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Notas para una genealogía de prácticas emancipadoras*

En la actual inclinación del arte contemporáneo por activar pedagogías experimentales, podemos constatar la importancia dada al aprendizaje colectivo, comunitario, procesual, horizontal, dialógico y crítico en el que toman parte diferentes grupos, en su mayoría subalternos. Las metodologías y herramientas varían notablemente, sin embargo en las prácticas más comprometidas podemos identificar como simetrías subyacentes: el arte concebido como herramienta para la lectura crítica de la realidad con vista a su cuestionamiento y/o transformación; el arte como medio para desencadenar procesos de empoderamiento subjetivo y colectivo que apuntan al protagonismo social; y la convicción de que todos los sujetos poseen un potencial artístico-creativo.

Este sentido del arte comparte muchas de las premisas fundamentales desarrolladas de manera ejemplar por la trayectoria de la educación liberadora en América Latina. En el escenario actual, al considerar el cruce arte, pedagogía y cambio social, resulta indispensable referirnos al potencial de la educación emancipadora latinoamericana para trazar una genealogía donde prácticas artísticas y prácticas pedagógicas confluyen y se complementan en su compromiso por desmontar y cuestionar paradigmas que controlan procesos de subjetivación en nuestro continente como son: el eurocentrismo, el universalismo y la modernidad colonial.

A continuación presentaré las condiciones de emergencia de la educación liberadora en América Latina y explicaré como la iglesia de avanzada en la región, se apropió y desplegó el potencial emancipador de la educación. Este marco servirá para presentar la activación y resonancias de la educación liberadora en prácticas artísticas contemporáneas. Con esto trataré de elaborar alrededor de lo que denominaré como estética liberadora donde determinadas prácticas artísticas estarían retomando y/o resignificando el sentido pedagógico-político de la educación liberadora. En este análisis recurriré a casos ecuatorianos.

Educación y poder La educación occidental, como institución moderna, al igual que el Estado o la Iglesia, se instauró como una herramienta en función del poder con dimensiones predominantemente conservadoras. Históricamente en manos de élites o grupos dominantes, la educación ha sido crucial para preservar el orden hegemónico, imponer jerarquías sociales o silenciar la voz de minorías, en suma implantar valores y formas de vida que han favorecido a unos pocos en detrimento de la mayoría. La educación nunca ha sido un terreno neutral.

La educación oficial o dominante ha sido una pieza clave para definir los contornos de la colonialidad, entendida como matriz de poder que atraviesa la vida social a partir de la imposición de un orden político, económico y cultural a partir de la conquista. Para el filósofo Josef Estermann “La ‘colonialidad’ (…) abarca toda una serie de fenómenos desde lo psicológico y existencial, hasta lo económico y militar, y tienen una característica común: la determinación y dominación de uno por otro, de una cultura, cosmovisión, filosofía, religiosidad y modo de vivir, por otros del mismo tipo.”(1)

El ensayo de Edgardo Lander “Ciencias sociales: saberes coloniales y eurocéntricos” (2000) renovó la comprensión de las implicaciones del eurocentrismo y colonialismo en los saberes y disciplinas sociales. Para el sociólogo desmitificar la modernidad significa desnaturalizar la noción profundamente arraigada del sistema capitalista liberal como superior o deseable. Lander sitúa en el centro de este desmontaje a las formas de conocimiento que hemos heredado, así devela cómo las ciencias sociales contribuirán al arraigo de la modernidad civilizatoria europea a través de varias políticas interrelacionadas como son: la disociación del mundo, la entronización de los conceptos y de la razón, el establecimiento de voces expertas, la imposición de la experiencia europea como la única autorizada y por consiguiente la discriminación de otras comunidades y formas de vida. Lander sostiene que el metarrelato de la modernidad, sustentado en las disciplinas científicas y la academia occidental, constituye un dispositivo de conocimiento colonial e imperial. Las ciencias sociales y las elites latinoamericanas naturalizaron y universalizaron este punto de vista colocando como modelo a la cosmovisión moderna liberal como ideal a alcanzar.(2)

Lander recalca que el cuestionamiento al carácter colonial/eurocéntrico de los saberes sociales ha sido recurrente en la agenda crítica de América Latina. Contribuciones notables en esta línea provienen de la teología de la liberación, la filosofía de la liberación o la obra de Paulo Freire, entre otras.

Educación y liberación

La perspectiva político-educativa de Paulo Freire es radical en la medida en que parte del reconocimiento de la estructura de dominación del Tercer Mundo que determinaba el sometimiento, domesticación y silencio de los pueblos. Freire propone superar esta situación naturalizada que se manifiesta en una aceptación pasiva y acrítica de la situación de miseria en el Brasil. En el centro de su método, teoría y práctica está la emergencia de una conciencia crítica; concientización indispensable para la constitución de sujetos/actores conscientes, participantes y organizados en la vida social y política.

En el centro de su práctica están el señalamiento de la dimensión política de la educación, la relación dinámica y dialéctica entre teoría y práctica, y la convicción de que no se trata de alcanzar más conocimientos sino de tornar educandos conscientes de la necesidad de transformar el mundo. Frente a la educación “bancaria” que supone la transmisión vertical de conocimientos donde el educador los deposita y el educando los recibe de forma pasiva, Freire contrapone el diálogo como herramienta esencial en el acto de enseñar y de aprender.(3)

La propuesta de Freire tuvo gran recepción en los medios cristianos progresistas de América Latina. No serán los actores clásicos de la institución eclesiástica sino sus cuadros más críticos y comprometidos con los medios populares los que encontraron en la educación liberadora una herramienta para su proyecto de una nueva iglesia.

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